dijous, 27 d’octubre del 2011

Què tenen en comú bojeria i empresa?

Per Cristobal Colón
La Fageda la fundamos en el año 1982, aunque la idea comenzó a fraguarse en Zaragoza en el año 73, cuando yo trabajaba en el departamento de laborterapia del Hospital Psíquiátrico Provincial. En aquellos años había comenzado en España el movimiento de reforma psiquiátrica, que tenía como objetivo dignificar la vida de miles de personas ingresadas en aquellas instituciones manicomiales.
En los talleres de “laborterapia” hacíamos bolsos de macramé, lámparas de cartón o ceniceros de cerámica, que se iban amontonando porque no tenían demasiada utilidad para nadie. Y nos dimos cuenta que eso no era “terapia por el trabajo”, era un subterfugio. Era un “vamos a hacer como si trabajásemos”.
Los hombres necesitamos satisfacer nuestras necesidades, desde las materiales que garantizan nuestra subsistencia, hasta las afectivas, de relación y las espirituales. Los hombres buscamos la autorrealización. La práctica nos decía que el mundo del trabajo podía ser un medio extraordinario para satisfacer las necesidades de estas personas, pero era evidente que había que huir del “como si...”.
Necesitábamos poner en marcha un proyecto real, auténtico, en el que se hicieran cosas útiles y, siéndolo, recibiríamos a cambio un dinero que sería la prueba de la autenticidad del trabajo y de quién lo había realizado.
En el año 1982 creamos en la Garrotxa (Girona) una cooperativa con 14 personas con transtornos mentales severos. El Ayuntamiento de Olot creyó en el proyecto y nos cedió unos locales municipales que nadie estaba utilizando, y allí comenzamos a realizar trabajos de manipulados para otras empresas de la comarca y trabajos de jardinería para el Ayuntamiento.
El año 1984 conseguimos suficiente financiación para comprar una finca rústica cerca de Olot. Un año más tarde iniciamos la actividad de ganadería poniendo en marcha una estabulación de vacas de leche y dos años después poníamos en funcionamiento el vivero de planta autóctona.
Hacía cinco años que el proyecto había comenzado, teníamos en marcha tres actividades diferentes y todas relacionadas con el medio natural. Nuestra capacidad económica y de crear puestos de trabajo se iba consolidando, nuestra cadena de valor era cada día más fuerte. Constatábamos por otra parte que la otra dimensión de nuestro proyecto, lo que nosotros llamamos la cadena del sentido, igualmente se consolidaba.
Así llegamos al año 1992. La plena aplicación de la legislación comunitaria a España y la implantación de las cuotas en la producción láctea implicaba para nosotros una amenaza a la viabilidad de nuestra explotación, con las consiguientes consecuencias económicas y de pérdida de puestos de trabajo.
Teníamos que buscar una alternativa que solventase esta situación y una buena solución podía ser la transformación de la materia primera que producíamos. Mantendríamos la actividad ganadera y crearíamos otra que podría potenciar el resto del proyecto. Se trataba de decidir qué productos podían tener cabida en un mercado en el que habíamos visto fracasar a no pocas iniciativas como la nuestra.
Por una parte, el mercado hospitalario e institucional era un buen consumidor de yogures y postres, y nosotros podíamos tener acceso a él. Pero por otra, el mercado convencional de gran consumo estaba copado por unas marcas con un liderazgo absoluto, además de las consabidas dificultades que representa incorporar nuevos productos a la distribución minorista.
Precisamente, esa presencia monolítica de las grandes marcas y la homogeneidad de sus productos nos indicaba que había “nichos” suficientes para incorporar unos productos diferentes, artesanos, no industriales. Teníamos así, dos líneas diferentes en las que trabajar: primero, actuaríamos en el mercado institucional, para después intentar incorporarnos a la distribución minorista. En base a estas dos hipótesis de trabajo, tomamos la decisión de iniciar el proyecto de construcción de una pequeña planta de producción en la misma finca donde tenemos el resto de las instalaciones.
En febrero del año 1993 comenzamos a fabricar los primeros yogures y flanes para nuestro único cliente, el Hospital del Valle de Hebrón en Barcelona (en aquella época, el hospital más grande de España), y con cierta rapidez fuimos incorporando a otros hospitales en nuestra cartera de clientes, pues necesitábamos ganar volumen lo antes posible. Seguidamente hablamos con las empresas de distribución que tenían establecimientos en la comarca con la idea de comenzar a introducirnos en el mercado del gran consumo.
Se trataba entonces de elaborar una estrategia que nos permitiera detectar nuestros puntos fuertes y ordenar los pasos a seguir. En principio teníamos unos productos de muchísima calidad, calidad que se percibía claramente, dado que eran elaborados con leche fresca, recién ordeñada. Pero todavía teníamos que construir la marca, segmentar el mercado y dirigirnos a aquellos consumidores que intuíamos estaban esperando un producto como el nuestro.
Pero además teníamos otros elementos que podían construir el posicionamiento que nosotros queríamos. Nuestras instalaciones están en el corazón del “Parc Natural de la Zona Volcànica de la Garrotxa”, en una comarca con tradición ganadera y percibida en toda Cataluña como lugar de gran belleza natural, donde se come bien y se producen buenos alimentos.
Quiero aprovechar para decirles que en el pakaging, no utilizamos nunca el componente social del proyecto como elemento de comunicación. Hoy veo a muchas organizaciones empresariales que me recuerdan aquella imagen del manicomio. El modelo económico actual en mi opinión ha confundido los fines con los medios: muchas de las empresas actualmente buscan el beneficio económico a toda costa y a cualquier precio. Los efectos que provocan estas empresas sin alma no sólo tienen consecuencias externas, sino que los primeros perjudicados son los propios integrantes de la organización y cuanta mayor responsabilidad tengan, mayor y más sutil es el perjuicio que se ocasionan.
Al inicio de mi exposición preguntaba que tiene que ver el mundo de la empresa con la locura.
En la Fageda con estas personas que sufren graves desórdenes mentales estamos trabajando sin descanso para crear una empresa, para potenciar la cadena de valor; esa que permite a las empresas crecer y mantenerse en el mercado. Pero para nosotros esta cadena de valor es condición necesaria, pero no suficiente: “no sólo de pan vive el hombre”. Nuestra gran preocupación es añadir además una cadena de sentido, que posibilite a cada uno de nosotros sentirnos útiles para los demás y formar parte de un proyecto, en donde las relaciones estén basadas en el respeto y reconocimiento mutuo.
El sentido del trabajo es un trabajo con sentido.